El 19 de mayo de 1974, el escultor y profesor de arquitectura húngaro Ernő Rubik creó el Cubo de Rubik, también conocido como Cubo Mágico, célebre rompecabezas mecánico de tres dimensiones, con seis caras divididas en nueve cuadrados de seis colores.
A partir del año 1980, cuando el cubo de Rubik comenzó a ser comercializado mundialmente por Ideal Toy Company y obtuvo el premio alemán a Mejor Juego del Año, se vendió por millones alrededor del mundo; tanto así, que hoy es considerado no solo el rompecabezas más vendido, sino el juguete más vendido de la historia.
El objetivo del juego es conseguir que cada cara quede conformada por los nueve cuadrados del mismo color, algo que dio paso a múltiples métodos de resolución y despertó el interés de muchos científicos y aficionados, lo que se plasmó en la publicación de algunos libros, como el del matemático David Singmaster, Note’s on Rubik’s Magic Cube (1981).
Su creador cuenta la historia de su origen pieza a pieza.
“El cubo de Rubik nació como una herramienta para la enseñanza. Yo solo buscaba una forma de demostrar el movimiento tridimensional a mis alumnos de arquitectura de la Universidad de Budapest. Para ello utilicé madera, bandas de goma y clips, y así nació el prototipo. Pero necesitaba algún tipo de codificación para darle sentido a las rotaciones del cubo, así que usé la solución más simple y directa: los colores primarios”.
“Nunca imaginé que se convertiría en una locura mundial, ni que llegaría a ser un rompecabezas superventas [desde su lanzamiento hasta el día de hoy se han vendido más de 450 millones de unidades en todo el mundo], pero desde el principio supe que había creado algo revolucionario”.
“Soy un hombre juguetón o, más bien, un hombre al que le gusta jugar, lo que el erudito holandés Johan Huizinga llamó Homo ludens. Arquitecto, diseñador, escultor, docente… en el fondo no soy especialista en nada. Así que cuando pienso en el común denominador de mis muchas identidades llego a la conclusión de que es el juego lo que me mueve”.
“Mi habitación en el apartamento de mi madre era como el bolsillo de un niño, lleno de canicas y tesoros: trozos de papel con notas e imágenes garabateadas, lápices, crayones, cuerda, palitos, pegamento, alfileres, resortes, tornillos, reglas… Estos elementos ocupaban todos los rincones: los estantes, el suelo, la mesa que hacía las veces de tablero de dibujo… Estaban colgando del techo, clavados en la puerta, metidos en el marco de la ventana. Y en medio de todo ello se encontraban innumerables cubos: cubos de papel, de madera, monocromáticos, coloreados, macizos, desmenuzados… Esa fue seguramente mi inspiración”.
“Nunca busqué la fama o la riqueza, pero obviamente mi vida sin el cubo habría sido otra. No creo que yo personalmente hubiera sido muy distinto al que soy hoy. Sería la misma persona, pero sin cargar con el peso de la fama”.
“De niño me encantaban los rompecabezas. Disfruté con el tangram y con el puzle del 15, pero, sobre todo, como cualquier niño, convirtiendo en juguetes los objetos que me encontraba. Palos, cables y cajas son juguetes emocionantes”.