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Permitir que la mente divague mejora el rendimiento cognitivo, reduce el estrés y combate la fatiga mental

En un mundo saturado de estímulos digitales, donde el tiempo libre suele estar invadido por pantallas, redes sociales y notificaciones, surge con fuerza una teoría respaldada por la neurociencia que propone una solución simple, pero poderosa: dejar que el cerebro descanse.

Se trata de la Teoría de la Restauración de la Atención (ART, por sus siglas en inglés), formulada en 1989 por los psicólogos Rachel y Stephen Kaplan. Esta plantea que la atención humana funciona en dos modos: atención dirigida, que implica esfuerzo y concentración, y atención no dirigida, que ocurre de forma natural cuando el entorno capta nuestra atención de manera suave y sin exigir un foco consciente.

Descansar no es perder el tiempo: es restaurar el cerebro

La atención dirigida se activa en tareas como estudiar, trabajar, resolver problemas o interactuar en redes sociales. Este esfuerzo constante puede conducir a lo que los especialistas denominan fatiga atencional, una condición que afecta la capacidad de concentración y aumenta la vulnerabilidad al estrés.

En contraste, la atención no dirigida ocurre cuando se observa, por ejemplo, cómo el viento mueve las hojas, el vuelo de un ave o el murmullo de un arroyo. Estos momentos, antes frecuentes en la vida cotidiana, se han visto reemplazados por el uso intensivo de dispositivos móviles.

Según la teoría de los Kaplan, y con base en estudios contemporáneos, exponer el cerebro a entornos naturales permite una recuperación efectiva de la atención. Investigaciones recientes demuestran que incluso diez minutos en un parque, o mirar una escena natural en una pantalla, pueden mejorar el rendimiento cognitivo y reducir la actividad de la amígdala, la región cerebral asociada al estrés.

Evidencia científica y aplicaciones actuales

Según consigna The Conversation, numerosos estudios han respaldado la teoría de la restauración de la atención. Una revisión de 42 investigaciones encontró una asociación significativa entre la exposición a la naturaleza y mejoras en la atención, el estado de ánimo, la reducción del estrés y la salud mental en general.

En un ensayo controlado aleatorizado con neuroimagen cerebral, adultos que caminaron 40 minutos en un entorno natural mostraron niveles más bajos de estrés y mayor restauración de la atención, en comparación con quienes caminaron en entornos urbanos. Incluso mirar paisajes naturales mientras se camina en una cinta de correr mostró beneficios cognitivos similares.

La teoría tiene raíces más antiguas. Ya en el siglo XIX, el psicólogo William James hablaba de la “atención voluntaria” y de la importancia de momentos de distracción natural. Su pensamiento, influenciado por el Romanticismo, se adelantaba a la idea de que la naturaleza tiene un efecto restaurador profundo sobre la mente.

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